04 agosto 2018

Salomón (970 AC-931 AC) Rey de Israel

Así hacen los celos en nuestro corazón, es un inquietud mala, que no tolera que otro hermano o hermana tenga algo que yo no tengo. Saúl, en vez de alabar a Dios, como hacían las mujeres de Israel, por esta victoria, prefiere cerrarse en sí mismo, lamentarse y cocinar sus sentimientos en el caldo de la amargura.

Los celos llevan a matar. La envidia lleva a matar. Ha sido precisamente esta puerta, la puerta de la envidia, por la cual el diablo ha entrado en el mundo. La Biblia dice: "Por la envidia el diablo ha entrado a hacer mal en el mundo". Los celos y la envidia abren las puertas a todas las cosas malas. También divide a una comunidad. Una comunidad cristiana, cuando algunos de sus miembros sufren de envidia, de celos, termina dividida: uno contra el otro. Y ésto es un veneno fuerte. Es un veneno que encontramos en la primera página de la Biblia con Caín.

En el corazón de una persona tocada por los celos y la envidia suceden dos cosas clarísimas:

Primero la amargura: La persona envidiosa, la persona celosa es una persona amarga: no sabe cantar, no sabe alabar, no sabe qué es la alegría, siempre mira "que tiene áquel y yo no tengo". Y esto lleva a la amargura, una amargura que se difunde en toda la comunidad. Son estos sembradores de amargura. 

Y la segunda actitud, que llevan los celos y la envidia, son a murmurar. Porque este no tolera que el otro tenga algo, la solución es rebajar al otro, para que yo esté más alto. Y el instrumento son las murmuraciones. Mira siempre y verás que detrás de una murmuración están los celos y la envidia. Y las murmuraciones dividen la comunidad, destruyen a la comunidad. Son las armas del diablo.

Cuántas bellas comunidades cristianas iban bien, pero después en uno de los miembros ha entrado la semilla de los celos y la envidia y, con esto la tristeza, el resentimiento de los corazones y las murmuraciones.

Una persona que está bajo la influencia de la envidia y de los celos, mata, como dice el apóstol Juan: "Quien odia a su hermano es un homicida". Así como el envidioso, el celoso, comienza a odiar al hermano.

Recemos por nuestras comunidades cristianas, para que esta semilla de los celos no sea sembrada entre nosotros, para que la envidia no tome lugar en nuestro corazón, en el corazón de nuestras comunidades, y así podamos ir hacia adelante con la alabanza al Señor, alabando al Señor, con la alegría. Y es una gracia grande, la gracia de no caer en la tristeza, en el estar resentido, en los celos y en la envidia.
Papa Francisco

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