24 febrero 2021

 


Ser cortés no cuesta nada y sin embargo, se gana mucho. Es una conducta que debería verse más a menudo, porque las palabras dichas con suavidad, tacto y cortesía construyen, porque un “lo siento”, un “por favor” o un “usted primero” son el perfume de esa amabilidad que muchos nos empeñamos en seguir practicando.

Ahora bien, más allá de ver la cortesía como un simple acto de respeto hacia nuestros semejantes, podríamos decir que es algo más que todo esto. Hablamos de un valor personal, de un modo de actuar donde creamos relaciones positivas a través de la cordialidad. Ahí donde el reconocimiento nos sirve para construir un tipo de lenguaje significativo y hasta poderoso.

Vivimos en una sociedad donde para pedir ayuda o información a determinadas compañías u organismos a través del teléfono, nos atienden máquinas programadas para ello. En nuestros trenes y autobuses, se nos recuerda a través de carteles que debemos ceder los asientos a embarazadas o a personas mayores, porque al parecer, a menudo se nos “olvida” hacerlo.

Ahora bien, la persona que actúa con cortesía no necesita que nadie le recuerde cómo se practica la amabilidad. Lo hace porque así lo siente, y también, porque así lo ha vivido desde niño. De hecho, y aunque parezca curioso, no basta con enseñar a nuestros hijos a ser amables, a dar las gracias, a decir buenos días o a expresar un lo siento cuando así lo requiere la situación.

Nadie puede llegar a desarrollar o a aplicar una cortesía auténtica si primero no ha vivido, sentido y visto en propia piel cómo se construyen los actos más auténticos de amabilidad y reconocimiento por el otro. En el momento en que uno experimenta lo que se siente al ser considerado, entiende por qué es tan importante propiciar esa misma sensación en los demás.

Porque la cortesía, efectivamente no cuesta nada, sin embargo, consigue mucho.

(Valeria Sabater)

Comentarios:

Sepamos ofrecer lo mejor de nosotros. Bienvenida la crítica, acompañada siempre de la cortesía.