05 septiembre 2016


La contraposición entre fe y cobardía se comprende si pensamos que toda fe exige una cierta dosis de valentía. Y más la confianza en Dios, el Misterio por excelencia. La fe tiene algo de riesgo, exige dar un paso adelante sin tener evidencia de lo que hay delante. Y el riesgo es para los valientes. Lo cobardes no se arriesgan. Hace falta ser muy valiente para seguir a Jesús, porque este seguimiento comporta el desprendimiento de aquellas seguridades que ofrece el mundo, como el dinero y el prestigio. Y, además, el seguimiento de Cristo puede terminar en la cruz, en el menosprecio del mundo. De esas mujeres y esos varones valientes que no temieron las burlas del mundo, dice la carta a los hebreos (11,38): “el mundo no se los merecía”. En efecto, eran personas de otro mundo, del mundo futuro.

Tomar en serio a Jesús, amar a los enemigos, poner la otra mejilla, perdonar setenta veces siete, bendecir a los que nos maldicen, compartir lo que tenemos con los pobres y poner toda nuestra esperanza en Dios, es propropio de personas muy valientes, “no de cobardes para perdición, sino de hombres de fe para salvación del alma” (Heb 10,39).
(Fuente: Dominicos)
“Cuando la Iglesia pierde la valentía, entra en la Iglesia la atmósfera de la tibieza. Los tibios, los cristianos tibios, sin valor… Eso le hace tanto mal a la Iglesia, porque la tibieza te encierra, empiezan los problemas entre nosotros; no tenemos horizontes, no tenemos valor, ni el valor de la oración hacia el cielo, ni el valor para anunciar el evangelio. Somos tibios… Pero tenemos el coraje de encerrarnos en nuestras pequeñas cosas, en nuestros celos, en nuestras envidias, en el arribismo, en avanzar de manera egoísta…”

 “Todas estas cosas no son buenas para la Iglesia: ¡la Iglesia tiene que ser valiente! Todos tenemos que ser valientes en la oración, desafiando a Jesús”. (papa Francisco)

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Que Dios te proteja

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