11 julio 2016


Todo lo pintas negro, mascullas lamentos, te desentiendes de todo. Ya no crees en el esfuerzo, ¿para qué luchar? -no lo lograré nunca- -siempre ocurre lo mismo-. El desaliento te inmoviliza, te paraliza, te impide reaccionar. Ya no eres tú quien dirige tu vida. ¡Ya no vives!


¿Estás desanimado? Es porque confiabas en ti y compruebas con dolor que no puedes contar contigo. Si tienes confianza en Dios, sufrirás con tu falta, pero no te desanimarás. Pues Dios es tan poderoso y te ama tanto después de la falta como antes. El desaliento es siempre una prueba de demasiada confianza en sí mismo y de muy poca confianza en Dios. No trates de escapar de un modo artificial a tus dificultades, tus malas costumbres, tus pecados inesperados. "Si hubiese podido no hacer eso." "Si fuera posible volver atrás." "Si se pudiera volver a empezar." "No es normal que yo tenga tantas dificultades." "No es justo." "Es una cuestión de temperamento, no lo puedo evitar."

Si quieres triunfar frente al pecado, tu primera actitud ha de ser la de reconocer el mal que habita en ti. No andes con rodeos, no te disculpes, no trates de borrar, olvidar, negar, así no lo vas a destruir. Acepta esta falta de hoy, acepta también la tentación de mañana, la tiranía de esa costumbre, esas ocasiones de pecado que no puedes evitar. Jesucristo no vino para quitarnos las tentaciones, ni para suprimir la posibilidad de pecar, sino para perdonarnos los pecados.

Tranquilízate, los Santos tampoco fueron dispensados de la lucha contra el mal. San Pablo escribía a los Romanos:"...no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco... no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero... queriendo hacer el bien, es el mal que se me presenta...Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?..."

A los ojos de Dios, el valor profundo de un hombre no se mide por la debilidad de sus tentaciones, ni por el escaso número de sus caídas, ni siquiera por la ausencia de culpa materialmente grave, sino ante todo por su confianza total en la omnipotencia del Salvador, por su amor y por su voluntad de esfuerzo constante.

Mientras permanezca en ti una partícula de agotamiento, de tristeza, de duda en el alma, quiere decir que no crees suficientemente en el perdón del Señor, pues ese perdón debe darte la paz, la alegría. Cuando el hijo pródigo vuelve a su casa, el padre quiere que todos olviden el pasado. Ordena un festín para invitar a la Alegría. "Hay más Alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que perseveran".

Jesucristo es severo con el pecado, pero bueno con el pecador. Si eres víctima del pecado, el Señor llega a ti para amarte más y para salvarte. Misterio infinito del amor. Deja que llegue, estarás más unido al Señor después del pecado que antes. De este modo toda falta es una seña, una invitación para ofrecerse a Jesucristo Salvador.

Te sientes cada vez más débil, a merced de la primera tentación. Descubres que hay en ti cada vez más egoísmo y orgullo. Ves con mayor claridad en tu vida la falta de amor, las dudas, las negativas. No te desanimes, alégrate, el Señor vino por ti. Si te arrojas en sus brazos, podrá perdonarte, salvarte; Pues, ¿como quieres que te perdone si no encuentras nada que tenga que serte perdonado? ¿Cómo quieres que te salve si no te entregas para que te salve?

No pienses en conseguir la paz mientras estés cada vez más seguro de ti mismo, de tu vida honesta, de tu cómoda virtud. Esa tranquilidad sería la peor ilusión, puesto que entonces no necesitarías del Señor y estarías solo, terriblemente solo y vulnerable, sin El.

"No vine por el justo, sino por el pecador". "Vine para salvar lo que estaba perdido". "No son los sanos quienes necesitan de un médico, sino los enfermos".

Desconfía del desaliento característico que acarrean las faltas contra la castidad. La vida física que éstas crean, el malestar psicológico que las acompaña, la impresión de tiranía del instinto todopoderoso confunden tu juicio, deformando tu culpabilidad. Las faltas contra la carne no son las más graves, sino las faltas contra la fe, la esperanza y la caridad. La costumbre limita tu libertad, limita también tu responsabilidad frente al pecado. Si la costumbre te paraliza con sus lazos, debes reconquistar tu libertad con paciencia y perseverancia.

Comprobar tu debilidad no es desalentador si paralelamente vas descubriendo la omnipotencia del Amor divino. El Amor no te fallará nunca, eres tú quien no cree suficientemente en el Amor.

Es grave quedarse en el suelo cuando uno se cae, pero también lo es quedarse sentado a la vera del camino creyendo haber llegado. Tus faltas deben convencerte de la verdad de tu fragilidad, te permiten convertirte en un niño y a reemprender la marcha de la mano del Padre.

"Pongo al Señor ante mí sin cesar; porque él está a mi diestra no vacilo. Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan y hasta mi carne en seguro descansa."
Michel Quoist

1 comments :

Buenisima la reflexion de Quoist!!! Y la frase de la imagen, ya sabes, hoy me viene pintada.
Gracias! Muchas gracias!

Reply

Sepamos ofrecer lo mejor de nosotros. Bienvenida la crítica, acompañada siempre de la cortesía.